CUENTO: Bello durmiente, por Marina Dal Molin

Una hermosa noche, un hermoso hombre, una mujer algo torpe pero entusiasmada con el encuentro. Una escena adorable. Una historia que sólo necesita un final feliz.



La noche era una perfecta invitación a caminar, a ver los jazmines floreciendo en todo su esplendor, a sentir el perfume del amor flotando en el aire, en fin, a gozar de vivir. Por eso tuve el impulso de salir, qué sé yo, a dar un recorrido por el parque. Las estrellas refulgentes estaban de mi lado, el cielo de un azul aterciopelado semejaba un manto que todo lo cubría, y caminé y caminé y, entre tanto caminar, lo veo... ¡a él! Al hombre de mis sueños, a mi alma gemela. Y al árbol que no vi por estar mirando al Adonis… ¡Qué dolor! ¡Qué golpe me di!


Al dirigirme hacia el parque, desde mi casa, pensaba pasar una noche tranquila, pero... ¿Qué puedo decir? Me encandiló este muchacho, de cuerpo alto y fornido, tez morena, dulces ojos verdes, le faltaba estar bañado en chocolate… Mmmm… En realidad, lo que se dice verlo, no lo vi muy bien, porque, digamos que soy un poco, sólo un poco, corta de vista (eso explica lo del árbol que con tanta falta de cortesía se interpuso en mi camino). Pero bueno, si la montaña no va a Mahoma, dijo Confucio… Y, decidida, me le acerqué.

Debo reconocer que, corta de vista y todo, había encontrado un excelente espécimen del género masculino y tal parece que para él tampoco pasé inadvertida. Así que nos tomamos unos tragos dulzones en un barcito ubicado en el parque, en el lugar exacto en donde las miradas indiscretas no llegan y luego, sin más demora, fuimos a sentarnos en uno de los bancos que se encontraban debajo de un añejo abedul.

Cómo no sentarnos, si notamos con agrado que ya estaban haciendo efecto los embriagantes efluvios del alcohol…

A continuación, comenzó el juego de seducción correspondiente por parte de ambos: Que quiero pero no quiero, mano va, mano viene, beso por beso, sueño por sueño (Ah… no, ésa era una canción), que dulce y apasionado beso en la mano, que nada temeroso asaltaba con su boca el afortunado galán, que besito en el antebrazo, emulando a Homero y Morticia y con el cual subía indiscreto hacia lugares más prometedores... Más de una cálida y húmeda mariposa se posó detrás del lóbulo de mi oreja mientras susurraba palabras edulcoradas (qué rico). Yo no me quedaba rezagada y respondía del mismo modo. Con dedos juguetones acaricié su cuello y un profundo y apasionado beso salió de mis labios y se internó allí… ¡Y mi príncipe cayó rendido a mis pies! O más bien a mis brazos.

El problema era que yo quería, y mucho, seguir jugando, pero él no, ni se movía. ¡Claro! ¿Cómo se iba a mover? Beso va, beso viene, se me había ido la mano y clavé mis lechosos colmillos en su vena yugular, puede ser que demasiado fuerte, tal vez porque sus besos eran deliciosos... No sé… En ocasiones no mido las consecuencias…

“¿Y ahora qué hago?”, me pregunté. “Nada”, me dije. “Este juguete está roto y no puede arreglarse.” Entonces, discretamente, volví a mi casita silbando bajito y él quedó allí, en el parque, con cara de felicidad por los momentos vividos y recostado en la banca de hierro y madera, cual bello durmiente esperando que una princesa lo despierte de su sueño con un dulce beso.

© 2007 Marina Dal Molin (texto e ilustración)

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Conversación en la Forja

No hay comentarios.

Publicar un comentario